Así se titula un sugerente y
provocador texto de Joel Franz Rossel, escritor, ilustrador e investigador
cubano de literatura infantil. El cual expone que, no es la temática lo que
diferencia a la literatura infantil de la reservada al consumo adulto, sino que
es el tratamiento. Pero este tratamiento (de las formas y no sólo de los temas)
no debe ser visto como el sometimiento del autor a las limitaciones de
comprensión de cierto destinatario, sino que debe ser visto como el
aprovechamiento de las potencialidades expresivas de ese receptor, que no es un
adulto en miniatura o en constitución, sino que posee maneras propias de
interpretar y representar el mundo en que convivimos grandes y chicos sin que,
por obra y gracia de esa mirada especial, éste sea igual para ambos.
De este modo, lo infantil en la literatura
estaría no solamente en el lector, en ese conjunto de rasgos suyos que el autor
debe identificar y manejar con soltura. Lo infantil estaría por sobre todo una
determinada sensibilidad –característica,
pero no exclusiva del niño– que tendría que ser realmente compartida por el
escritor si este quiere que su obra no sea un elemental acto de trasmisión de
cultura y experiencia o una burda adaptación del discurso literario, sino que
fuese la colaboración sincera y vinculante de su espíritu con aquellos que
mejor capacitados están para comprenderle.
Para Rossel la relación creador-lector
es preponderante pues “El papel del niño en la literatura infantil no es el de simple
destinatario. Ellos (denominémoslos en toda su pluralidad) son el trozo de cristal
polifacético, fotosensible y fecundo a través del cual el creador enfoca cuanto
le rodea, le rellena... o le falta”
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